sábado, 26 de noviembre de 2011

Ishi y El hombre del agujero: los últimos de su tribu.


ISHI

"Aquí no queda ninguna presencia de espíritus. Soy el último del Pueblo, cuando haya desaparecido, será como si nunca hubiésemos existido."


Ishi fue un indio Yahi, nacido alrededor de 1860. Los Yahi formaban parte de un grupo tribal más grande llamado Yana. Esta tribu vivía en los valles montañosos del norte californiano a placer, pero la fiebre del oro desató el arribo descontrolado de miles de personas en busca de la “América dorada” en 1848. Como la zona aurífera coincidía con su hábitat, los yana se vieron forzados a moverse de su antiguo territorio. 

“El Gran Valle es más grande que la mayor de las praderas. No uno, sino muchos ríos atraviesan trazando vueltas y curvas. Las encinas crecen altas y cargadas de bellotas. ¡Y las hierbas cubren la tierra! En un tiempo, el pueblo del valle y los ciervos del valle engordaban aquí y había gran cantidad de ellos. Ahora engordan los sàldu (hombre blanco) y sus vacas. ¡Muchos sàldu!, están en todas partes... ¡demasiados sàldu!” 

Ocasionalmente hubo encontronazos con la gente blanca lo que llevó a organizar matanzas descontroladas. La más famosa de ellas fue la masacre de Three Knolls en 1865 y luego le sucedieron otras en 1866, 1867 y 1868 que lograron dejar con vida sólo a 30 yanas. Asustados de la presencia de los hostiles colonizadores, se retiraron hacia lo más profundo de los cañones y cuevas de Deer Creek, para no tener contacto nunca más con la civilización. Entre ese grupo se encontraba el jovencito Ishi. Los años pasaron y fueron quedando sólo Ishi y su familia pero, en 1908, tras el descubrimiento por una expedición de técnicos de una presa hidroeléctrica de su último escondite, no quedó más que uno: Ishi.

Los siguientes tres años los pasó deambulando y evitando el contacto humano. Finalmente, hambriento y ya sin poder juntar su comida por depredación de su hábitat se entrega en 1911 al “mundo de los saldu”. en la ciudad de Oroville, en la parte Norte de California. El sheriff no sabía qué hacer con Ishi, y lo metieron en una celda de la cárcel. 

Ishi no tenían forma de comunicarse con la gente del pueblo porque sólo hablaban la lengua Yahi, hasta que el antropólogo T. T. Waterman llegó a Oroville con una lista de algunas palabras Yana. Sam Batwi, de la tribu Yana, llegó a ser un intérprete para Ishi, aunque los dos hombres hablaban diferentes dialectos. Finalmente, Waterman llevó a Ishi al Museo de Antropología en San Francisco, donde vivió el resto de su vida. 

La vida en San Francisco fue muy diferente de cualquier cosa que Ishi había imaginado. En su tierra Deer Creek, Ishi nunca vio más de 30 o 40 personas al mismo tiempo. En San Francisco, Ishi estaba más sorprendido por la gran multitud de personas en la playa que por el mar, que lo veía por primera vez. Cuando Ishi fue a su primera obra de teatro musical en un teatro de San Francisco, estaba tan sorprendido por el tamaño de la audiencia que sólo miraba a la gente más que a la obra.

“Ahora lo sé: no hay nada que esté mal en los pies de los sáldu. Lo que está mal es lo que vosotros llamais zapatos. ¿Cómo sabes por dónde andas cuando tus pies no tocan la tierra?"

En el museo, ayudó a preservar el idioma, las canciones, las historias (podía estar seis horas seguidas contando una historia) y habilidades de su gente para que otros pudieran recordar y aprender sobre la forma de vida de los Yahi.

Ishi murió de tuberculosis en 1916.

Una vez que aprendió inglés le preguntaron cual era su nombre. Él respondió Ishi, que en su lengua significa hombre. Nunca quiso decir su verdadero nombre. Cuando le preguntaron por qué, el respondió “No tengo ninguno, porque no hay gente para nombrarlo”


De todas formas, esto pasó hace mucho tiempo.

Hoy, sigue ocurriendo lo mismo.


EL HOMBRE AGUJERO.


Es el último eslabón de no se sabe quiénes. No conocemos su identidad, ni su nombre, ni la nación a la que pertenece, porque ya no tiene un pueblo al que pertenecer. Él solo es su pueblo y sólo es de la selva. 

La antropóloga Fiona Watson, Directora de Investigación de Survival, había viajado a Rondonia (el estado de la Amazonia brasileña cuyo nombre hace honor al General Rondón, aquel militar que puso, entre los primeros, su interés en salvaguardar las vidas y los derechos de los indígenas amazónicos) para conocer a los Akuntsu.

Los Akuntsu le ganan al Hombre del Agujero por cinco, cinco sobrevivientes de una etnia que fueron contactados no hace mucho tiempo. 



La antropóloga, mientras estaba ocupada en ponerse al tanto de la realidad de los Akuntsu, supo de la existencia de un indígena solitario que no aceptaba entrar en contacto. 

Agentes de campo se desplazaron hasta la zona del avistamiento, y encontraron una pequeña choza con un extraño hoyo en el centro. La búsqueda continuó, y encontraron más chozas, pero fuera quien fuese quien las construía, se esfumaba una y otra vez. Finalmente lo localizaron; se trataba de un hombre de treinta y tantos (que ahora debe rondar el medio siglo), que se movía desnudo y con un arco y flechas a la espalda. Uno de los agentes federales se acercó demasiado y recibió una muestra de hospitalidad: una flecha en el pecho. 

Investigaciones posteriores hallaron los restos de una docena larga de chozas con el mismo tipo de hoyo en su interior; catorce en total. De esos restos y del estado en general de lo que parecía ser un poblado, los investigadores dedujeron lo sucedido: a principios de 1996 toda la tribu del hombre solitario fue asesinada para quedarse con sus tierras. La constitución brasileña garantiza a los pueblos indígenas la posesión de las tierras que ocupan de manera tradicional, por lo que, cuando la industria maderera o colonos sin escrúpulos encuentran alguna tribu, simplemente la exterminan. Una auténtica tragedia que por lo visto es el pan nuestro de cada día en la Amazonia brasileña.

El Hombre del Agujero como lo conoce la gente de FUNAI (la Fundación Nacional del Indígena) vive en Tanarú, unos 40 kilómetros al noroeste de los Akuntsu. Para proteger la seguridad del indio, el gobierno decretó una zona de exclusión de 31 kilómetros cuadrados alrededor de su supuesta localización; lo que no gustó en absoluto a los madereros. Cada dos o tres años esa Restricción de Uso debe ser renovada y así lo cumplió la FUNAI en la fecha correspondiente, 27 de octubre de 2009. Apenas se firmó la renovación, el Hombre del Agujero fue atacado.

Una única imagen existe del Hombre del Agujero. La tomó el cineasta Vincent Carelli mientras filmaba Corumbiara, un documental sobre las masacres perpetradas en la Amazonia. En un intento de contactarlo, se intuye entre el follaje la sombra de su rostro. La cámara se acerca velozmente para mostrar la cara morena que apenas se deja ver por un hueco entre las hojas, sin sobrepasar el límite del follaje. En cualquier caso, son ya quince años de aislamiento total; y no parece posible que aguante mucho más. Cuando el indio solitario muera, su cultura, su tribu entera, habrá muerto con él.



"Mi mayor temor es que si nos dejamos llevar hacia esta cultura única, mundial, genérica y amorfa, no sólo se reducirá el rango de la imaginación humana, a un modo de pensar estrecho, sino que un día nos despertaremos como de un sueño habiendo olvidado incluso que existieron otras posibilidades" 
Margaret Mead, antropóloga.
 
Fuentes:

Libro "Ishi. El último de su tribu. Crónica antropológica de un indio americano” de Theodora Kroeber.


2 comentarios:

miguelangel.rendon@gmail.com dijo...

..importantes historias son las que has recopilado...

..espero lo sigas haciendo, para conocer algo + de nuestro pasado humano..

Mario Peloche dijo...

Interesantísimo artículo. Ahora que desgraciadamente se ha puesto de moda la situación de estas tribus por el caso del «hombre del hoyo», espero que mucha más gente se dé cuenta de lo mal que lo está pasando esa gente y puedan aportar su granito de arena.